Fernando Savater es claramente un ejemplo de esto. El socialdemócrata de manual de los años ochenta es ahora un extremista reaccionario según la clerigalla progre, que es la que domina la hegemonía cultural. El tema es que su pensamiento político ha evolucionado, pero no lo ha hecho lo suficiente como para detectar grandes rupturas en él. No es, desde luego, un caso como el de Jiménez Losantos o Pío Moa. De hecho, lleva cincuenta años diciendo básicamente lo mismo en cuestiones políticas: que los nacionalismos son malos, que el Estado no tendría que dirimir temas morales de la vida privada, que hay que poner a todo tipo de religión en cuarentena, que los derechos humanos son universales y que las culturas que se les oponen no merecen nuestra simpatía, etc.
¿Por qué un filósofo que llegó a ser considerado el intelectual orgánico del felipismo, diciendo estas cosas, es ahora un apestado para sus ex compañeros de filas si no ha alterado sus posiciones? Tal vez la respuesta sea que es el poder el que decide dónde está el eje, y lo mueve a discreción para detectar lealtades y castigar disidencias. En el caso de España, los criterios son muy sencillos: todo lo que sirva al PSOE es de izquierdas, ergo moralmente bueno; todo lo que no lo haga es fascismo en diverso grado evolutivo. Por ejemplo, no creo que sea muy disparatado afirmar que si el nacionalismo vasco perjudicara al socialismo español políticamente, Savater no habría perdido su pátina de intelectual honorable.
Aunque también hay temas más profundos que el mero provecho electoral. El caso del herem a alguien tan sensato como Savater va más allá e indica que vivimos un tiempo de chalados.
El valor de educar se publicó originalmente en 1997 y transpira zeitgeist. De hecho, al leerlo, uno casi puede imaginar a Savater hablando en la MTV, con Pearl Jam de fondo, y a unos presentadores con rastas subrayando lo enrollados que son por dar cancha a un filósofo tan inconformista. Pero, tal y como está de radicalizado el eje hoy, se consideraría para la izquierda como un manual rancio y conservador. Demasiado deudor de la Ilustración, de la democracia liberal y del sentido común; innegable carne de deconstrucción imperativa.
Escrito a petición de un sindicato de profesores de México, Savater nos dice que quiere presentar una iniciación a la “filosofía de la educación”. Y, como no parece muy convencido de ser un experto en la materia, salpimienta el texto con referencias bibliográficas de autores duchos en ella, para que ampliemos conocimientos por nuestra cuenta. Porque quizá El valor de educar no sea un gran libro metodológico, pero sí es una impagable reflexión sobre la enseñanza, que además encaja bien en el resto de la obra general savateriana, que por cierto está bastante bien tejida y es mucho más sugerente de lo que nadie parece atreverse a reconocer.
Tiene seis capítulos: “El aprendizaje humano”, “Los contenidos de la enseñanza”, “El eclipse de la familia”, “La disciplina de la libertad”, “¿Hacia una humanidad sin humanidades?” y “Educar es universalizar”. Concluye con una carta a la ministra de Educación de su tiempo.
Con estos encabezamientos, podemos imaginar ya que El valor de educar nunca tributará como libro de cabecera de ningún pedagogo afín al gobierno actual. Savater, de hecho, blasfema con especial ahínco; es irredimible para la izquierda posmoderna. Entre otros pecados, niega contra Rousseau que haya un ser humano auténtico fuera de la sociedad, que es la que humaniza al transmitir un legado civilizatorio. También abomina de los profesores que hablan desde sus prejuicios ideológicos y de los pedantes que insisten en deslumbrar a sus alumnos con logomaquias en lugar de transmitirles con sencillez los conocimientos. Considera, además, que la enseñanza tiene que tender hacia la homogeneidad y la formación de una ciudadanía lo más universal posible, y no cultivar nacionalismos ni otros sucedáneos de la religión; desde luego no le da miedo que le acusen de eurocéntrico.
En uno de los últimos párrafos dice que la pretensión del libro ha sido desarrollar “una consideración general de la educación desde el punto de vista de la libertad democráticamente instituida”. Lo que es una buena manera de resumirlo todo en una línea. El valor de educar es, en efecto, una especie de guía para profesores, alumnos, padres y lectores en general que busquen referencias intelectuales para un sistema de enseñanza decente, arraigado dentro de un Estado de bienestar laico, liberal y democrático, o sea, occidental. Que esto, hoy por hoy, se considere fascistoide es una cuestión que tendría que dirimir una verdadera teoría crítica. O, tal vez, un ejército de psiquiatras.
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