14.6.25

So, so beautiful. Like a black rainbow

Beyond the black rainbow (2010) es la primera película de Panos Cosmatos. Experimental, de poco presupuesto y escasa distribución, su autor la presenta como una “trance film”. O sea, es la clase de película que cuando termina el espectador no tiene claro que ha visto, pero la experiencia le ha parecido alucinante y onírica.

La obra tiene un estilo visual sublime y está repleto de diálogos e imágenes tan ambiguos como brillantes, por lo que inevitablemente cientos de admiradores nos empleamos a fondo en enhebrar nuestras propias interpretaciones.
El argumento es algo así: en 1983 un señor que dice ser el doctor Mercurio Arboria presenta su Instituto Arboria, un centro entre científico y espiritual orientado hacia la mejora personal. Luego vemos que en este mismo instituto tiene secuestrada a una niña, Elena, que solo puede comunicarse por telepatía y que tiene poderes sobrenaturales (mata con la mente  de hecho a una enfermera que le incordia). Luego descubrimos que el doctor no es el verdadero doctor Arboria, sino Barry Nyle, un tipo triste que vive con una mujer todavía más triste, y que el verdadero doctor Arboria es un anciano ajado que ha hecho las veces de su maestro/padre. En una escena retrospectiva –visualmente sublime- que nos lleva a 1966 descubrimos que Barry fue una vez un joven idealista y crédulo en búsqueda espiritual, al que un mal viaje psicotrópico inducido por el doctor Arboria convierte en una especie de tenebroso asesino (riesgos que tiene descubrir tu verdadero yo interior); así que lo primero que hace al volver del “trip” es matar a la madre de su hija, que resulta que es Elena. La película vuelve a 1983; Barry se transforma físicamente de nuevo; decide matar también al doctor Arboria, a su triste esposa, y dar caza a su hija, que se ha escapado del centro tras lidiar con un zombi sin extremidades y una especie de robot vigilante. En la escena final, ya fuera del Instituto Arboria, en un descampado, hay un último duelo y Nyle muere patéticamente y Elena se libera. 

8.6.25

Corre, rocker, de Sabino Méndez

Mi hermana trabajó mucho tiempo como teleoperadora, llamando a diario a ancianos que vivían solos para asegurarse de que estaban bien. Una de las veces la conversación fue más o menos así:

—¿Cómo está don Manuel?

—Muy mal, muy mal. Tengo cataratas y, desde que me rompí la cadera, no puedo salir de casa. Estoy muy mal, muy mal... ¡Esto con Franco no pasaba!

La nostalgia es tramposa. Nos hace recordar lo bueno y no lo malo, o ignorar que antes el mundo no era más bonito, sino que nosotros éramos más jóvenes. Así que hay que evitar las melancolías a lo Jorge Manrique. Por lo general, el tiempo avanza gradualmente hacia cuotas más altas de civilización, pero nosotros, como personas, vamos al contrario: envejecemos, ganamos en canas y dolores, y finalmente nos morimos sin que el planeta vaya a dejar de girar por ello. Antes estábamos delgados y éramos más guapos, en efecto, pero eso no significa que cualquier tiempo pasado fue mejor.

1.6.25

El año del pensamiento mágico, de Joan Didion


En el documental de Netflix sobre Joan Didion hay un momento que es entre abyecto y glorioso, ése en el que le preguntan que qué pensó cuando vio a un niño de seis años adicto al crack y ella contesta que pensó que ahí había material para un gran artículo. Tras esa respuesta epatante hay una coherencia de alguna manera admirable. Didion tiene alma de reportera que sabe no implicarse, y esa misma frialdad aparente la vuelca contra sí misma en El año del pensamiento mágico, donde describe lo que le sucedió en el 2004, año en que con muy pocos días de diferencia su hija fue hospitalizada de urgencia (moriría poco después) y su marido falleció de un infarto delante de ella.

Hay un texto de Julián Marías ya anciano en el que dice que llega un punto en la vida en el que “en el ¨nosotros¨ hay más muertos que vivos”. En el libro de Didion se podría añadir un “súbitamente” al principio de la frase. No solo enviuda y su hija muere (por supuesto, es ya un tópico decir que no hay nombre para cuando los padres pierden al hijo), sino que todo sucede muy rápido. Ella es la superviviente azarosa de cuarenta años de matrimonio y treinta y nueve de maternidad.

Didion lo cuenta todo con una supuesta distancia, pero siempre tenemos la sensación de que solo está intentando objetivarse en el reportaje sobre su dolor, porque de hecho habla al borde del llanto. El libro tiene algo del convencionalismo del luto: ahuyentamos el dolor mediante rituales y lugares comunes. Aquí es una escritora que se agarra a lo que mejor sabe hacer: escribir. De hecho en una entrevista de El País reconoce que contarlo todo tuvo algo de terapéutico.