28.6.25

La sociedad multiétnica, de Giovanni Sartori

 

El teórico de la ciencia política Giovanni Sartori (1924-2017) termina uno de sus libros más polémicos, La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo, extranjeros e islámicos, explicando que el razonamiento desplegado hasta entonces se ha basado en la muy weberiana distinción entre la ética de la virtud y la ética de la responsabilidad. La primera es eminentemente cristiana, y consiste en ser “virtuoso” como un fin en sí mismo, sin preocuparse por las consecuencias de nuestros actos, porque mientras se obre según las más altas moralidades lo que suceda es cosa de Dios y no nuestra, que hemos cumplido nuestra parte. La segunda es un poco más realista y pragmática, y consiste en hacerse responsable de las decisiones propias, en asumir que demasiada mermelada buenista empalaga, y que vivimos en un mundo bastante trágico y que a veces hay que elegir lo menos perjudicial. La primera ética, nos dice Sartori, vale más o menos para la vida privada, pero en la esfera pública, o sea en la política, rechazar responsabilizarse de los efectos de nuestras acciones en aras de constructos ideológicos es la antesala de inminentes desgracias colectivas.

Claramente la ética de la virtud es hegemónica en la opinadera político-mediática, aunque el hecho de que no sea la mayoritaria entre la gente de a pie es lo que explica que todavía no hayamos colapsado como civilización. Para el ciudadano medio está muy bien eso de darse palmaditas en la espalda por apoyar que un señor quiera que le llamen señora, pero si la consecuencia de eso es que pueda competir con mujeres en deportes en los que prima la capacidad física, se planta. O eso de cuidar el medio ambiente es muy bonito, que ya lo decía Espinete, pero si para ello hay que desmantelar el tejido productivo occidental, con todo lo que eso conlleva de desempleo y descomposición social, mientras que China se nos come produciendo el noventa por ciento de su energía con la quema de carbón, pues espera que me lo pienso.  O qué decir del refugees welcome, que hay que ser muy mala persona para oponerse, pero claro, si aquí no hay empleo ni vivienda, y además los refugees vienen de culturas machistas y homófobas, ¿qué hacemos con los conflictos que inevitablemente van a surgir y que no se acallan por mucho postureo moral que desplieguen nuestras élites?   

Hubiera sido, sin duda, mejor que este capítulo final apareciera como prólogo, con un título que rezara algo así como “No he venido aquí a hacer amigos, sino a decir la verdad” o “Si eres muy sensible y propenso al lloro, cierra este libro”. Porque Sartori habla de las contrapartidas de la inmigración musulmana en Europa con argumentos y datos, sin concesiones al kitsch. Lo cierto es que La sociedad multiétnica, cuya última edición en Taurus es del año 2003, probablemente no hubiera podido aparecer hoy en una editorial grande, e incluso podría tener una distribución complicada.

Loado sea internet por permitirnos acceder a estos libros.

La sociedad multiétnica desenmascara la idea del multiculturalismo, que es un trampantojo para que no veamos que culturas diversas no pueden convivir en un mismo territorio si entre ellas las hay que no aceptan el marco de la democracia liberal. Frente al multiculturalismo, que se refiere a identidades colectivas no necesariamente amistosas con la libertad individual y que suponen balcanización y encerrar a las personas en compartimientos estancos, Sartori defiende el pluralismo, que consiste en favorecer que cada persona elija cómo vivir su vida dentro de un Estado liberal, constitucional y laico, sin limitarse a existir bajo identidades aprisionadoras. O sea, que está muy bien, por ejemplo, que haya terraplanistas en un país determinado, siempre y cuando uno pueda entrar y salir de sus grupos terraplanistas a discreción, sin ser perjudicado por ello, y ser además del Betis o de Sánchez Dragó, hetero o gay o mediopensionista, aficionado al trap en días pares y a Mozart en impares.

Si multiculturalismo es aceptar que los derechos humanos son chovinistas y eurocéntricos, por lo que tenemos que tolerar que se vulneren en nuestros barrios, que es maravilloso y vigorizante que nuestra vecina de arriba tenga que llevar un velo, casarse con quien le impone su familia, y ser juzgada por tribunales religiosos y no la ley civil, entonces el multiculturalismo es incompatible con Occidente y su herencia ilustrada. 

Spolier alert: Sartori concluye que el islam es incompatible con la democracia liberal, en gran parte porque desde su misma esencia niega la pluralidad de elecciones vitales. Cuando las élites europeas abrieron las puertas a millones de musulmanes sentenciaron el fin de la forma de gobierno que había regido en Europa desde hacía décadas, y la verdad es que hubiera sido un detalle bonito consultarnos antes de tomar una decisión tan importante, por aquello de que vivimos en democracia y se supone que el pueblo decide sobre las cosas que le afectan gravemente. Ahora ya es tarde. Nos toca pensar en cómo ser una Europa postliberal, con distintos derechos según adscripciones identitarias, leyes antiblasfemia, barrios en los que imperan juzgados religiosos, y demás cuestiones que creíamos felizmente olvidadas por estos lares.

Irónicamente, hemos dejado que nos arrastraran hasta aquí por querer ejercer de virtuosos.     


 

 

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