17.5.25

El sol desnudo, de Isaac Asimov

Isaac Asimov escribió doscientos y pico libros sobre diversas temáticas. Los más conocidos son por supuesto los de ciencia ficción. En este género creó una especie de historia del futuro en la que la humanidad empieza a expandirse por el espacio con ayuda de los robots (Serie de los robots), luego ya sin ellos se configura un Imperio galáctico de miles de años (Trilogía del Imperio), y tras su declive el Imperio cede el puesto a la Fundación, una suerte de gobierno ilustrado (Saga de la Fundación). 
La mencionada serie de los robots se compone de cuatro novelas: Bóvedas de acero, El sol desnudo, Los robots del amanecer y Robots e imperio. Algunas fuentes incluyen también relatos sueltos, o el propio Yo, robot como primer libro de la serie, pero eso parece más bien un interés editorial. Las cuatro novelas tienen una unidad específica que no comparten con otros textos de Asimov.
Las dos primeras novelas se publicaron en los años cincuenta y las dos últimas de los años ochenta, aunque ficcionalmente entre la segunda y la tercera solo pasan dos años.
Los protagonistas de las cuatro son el detective Elijah Baley y su compañero el robot Daneel Olivaw. Las tramas siguen una estructura muy tópica: hay un crimen y en la búsqueda del culpable seguimos a los detectives a través de distintos escenarios y entrevistando a personajes, lo que servirá a Asimov como excusa para describirnos los mundos futuros que imagina.
La parte de relato policial es bastante previsible, en mi opinión, ya que suele ser fácil imaginarse quién es y cómo atraparán al malhechor. Por supuesto el aliciente de estas novelas son las especulaciones éticas y políticas sobre un mundo hiperdesarrollado tecnológicamente en el que los robots están por todas partes y hacen la mayor parte del trabajo.
Son novelas de ideas, en el mejor sentido del término.  

10.5.25

Imperios de papel, de María José Vega

La teoría postcolonial es una herramienta poderosa; sirve para ahuyentar a los lobos, pero también puede uno dispararse en en el pie con ella y hacer un ridículo espantoso. Comenzó a configurarse a mediados del siglo XX, y le debemos autores y obras fundamentales sin los que no se puede entender el mundo en que vivimos. Sin embargo, también nos ha castigado con jerigonza vacía y debates bizantinos sobre qué intelectual es capaz de decir más banalidades de la manera más retorcida posible.

Esta corriente sigue la estela del mundo académico anglosajón, orientándose principalmente hacia el estudio de la producción de imaginarios. Es cierto que resulta incoherente que pensadores que se rebelan contra la “violencia epistémica” de Occidente hacia el Sur sigan las modas universitarias de Berkeley o París, pero si nos centramos en detalles como este, corremos el riesgo de perdernos ideas de gran potencia.

3.5.25

El asedio a la modernidad, de Juan José Sebreli


Como es sabido Ortega y Gasset distinguía entre las ideas, que se tienen, y las creencias, en las que se está. Las últimas son más determinantes porque configuran nuestra existencia aunque no queramos; por mucho que pretendamos ignorarlas están aquí, en este mundo en el que hemos sido arrojados. Es fundamental ser consciente de las creencias de cada época para entender por qué nuestra convivencia es como es. De ahí que una de las funciones de los intelectuales sea mapearlas y delimitarlas, ponerlas en claro para que sepamos a qué atenernos.

La mayor parte de las personas considera que esto de las creencias de una época no va con ellos y se jacta de vivir en el "mundo real", de pasar de teorías. Un ejemplo: imaginemos a uno de estos sujetos pragmáticos, llamémosle Manolo, y lo visualizamos en el bar de su barrio de toda la vida. Ante la sugerencia de que lea un estudio de sociología contemporánea, Manolo, irritado, gritará que no es un cagalibros, que él va a lo práctico (y como suele hacer en estos casos, dará golpes con sus nudillos en la barra, hecha de un material muy sólido, para ilustrar su posicionamiento). Pero esa misma tarde, al volver a casa, su mujer le estará esperando con las maletas hechas. Le pide el divorcio porque después de una charla con su profesor hindú de meditación, ha descubierto que no se siente realizada como mujer. A Manolo la sociedad postindustrial le ha estallado en la cara. Si se hubiera informado un poco, tal vez habría visto venir que las creencias (en este caso en cuestiones de género y espirituales) han cambiado mucho en las últimas décadas, y que en consecuencia su mujer ya no iba a seguir cocinando en casa.