31.8.25

Clement Rosset en Tarifa

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Clement Rosset (1939) es un pensador francés filosóficamente germanizado cuya obra gira en torno a lo Real y su Doble. Lo Real es lo que tiene identidad, lo que existe, y que sin embargo no es nada importante o perdurable. Nos inventamos su Doble para creer que hay algo más que lo Real. O sea, nos creamos diariamente ilusiones, religiones o narraciones varias que den sentido a la existencia para no pegarnos un tiro ante la evidencia de lo puerco que es este mundo. El engaño básicamente se sostiene por la alegría, una pasión irracional y necesariamente absurda sin la que no podríamos vivir.
Uno de sus textos más interesantes es La fuerza mayor, que se publicó en un libro del mismo título donde además incluía dos breves estudios sobre Nietzsche y Cioran.

La fuerza mayor a la que se refiere es la mencionada alegría. Para Rosset es lo que nos hace seguir vivos. Y sin embargo es una paradoja, ya que no hay motivos reales para estar alegres; el ser humano no sabe precisar por qué lo está, o si analiza las razones se dará cuenta de que son insustanciales, de que hay “incompatibilidad entre la alegría y su justificación racional”. La alegría es pues una “liberación de responsabilidades”, pero tan fútil que para sostenerse necesita de un “carácter totalitario”. Las personas alegres, y sobre todo los grupos alegres, actúan totalitariamente, no admiten disidentes, nadie que pretenda ser un contrapunto racional a sus instantes de regocijo (Rosset no lo menciona, pero los aburridos en las fiestas de fin de año vienen a la cabeza).

24.8.25

Saberes de andar por casa

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Hay pensadores que no hace falta haber leído para saber más o menos qué dicen, ya que sus ideas se han convertido en parte de la cultura o incluso se consideran una forma de “sentido común” y su conocimiento se da siempre por supuesto. 

Cuando hablamos con alguien que no parece conocer nada de estos autores juzgamos necesariamente que estamos ante alguien poco inteligente o de muy mala formación.

Sigmund Freud sería un buen ejemplo. Él fue el primero que conceptualizó el subconsciente; nos enseñó que lo que sabemos de nosotros mismos es solo la punta del iceberg, que hay pulsiones y recuerdos reprimidos que dirigen nuestras vidas sin que lo sepamos, que las palabras pueden delatarnos aun cuando creemos que nos protegen, y que tenemos una relación con los padres cuanto menos que enfermiza.

17.8.25

Ñamérica, de Martín Caparrós

 

Antes de la aparición de  internet Martín Caparrós habría sido el cronista más importante del momento. Sus artículos en El País se leerían como hitos culturales de la semana, y pasearse con sus libros bajo el brazo sería una nota de buen gusto entre la intelectualidad hispánica. Pero internet es un infinito salvaje de propuestas similares —la mayoría peores, pero también algunas mejores—, y tantos bits de información hacen difícil que alguien tan predigital, que da la sensación de que todavía teclea una Olivetti en alguna pensión crujiente mientras fuma Ducados, pueda ya ser un referente inapelable en esto del periodismo narrativo bien hecho.

Por otro lado, quizá su principal atractivo es que parece desconocer cómo se hacen hoy las cosas en su género. Ñamérica, el libro que nos ocupa, son seiscientas setenta y tres páginas de puro texto; sin fotografías, sin enlaces a YouTube, sin DVD anexos ni, mucho menos, códigos QR para descargar material adicional. Magnífica prosa de la vieja escuela sin aditivos.

10.8.25

Un cuento de otro género

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Lars se detuvo justo antes de entrar en la alcoba.

Ante esa puerta grande, de bordes dorados, experimentó, por primera vez en muchos años, desasosiego.
Llevó la mano derecha al costado y acarició la empuñadura de su espada.

Se abandonó a sus recuerdos.

2.8.25

El amanecer de los derechos del hombre, de Jean Dumont


Si nos fiáramos de los libros de historia, concluiríamos que todos los avances desde las cavernas hasta hoy se los debemos a los estadounidenses y a los europeos (del norte, claro). El resto de los pueblos oscilamos entre el oscurantismo y el subdesarrollo patológico. Según esta visión mainstream de la historia, los españoles —como los chinos o los egipcios— no existen realmente, o si existen, es solo como espejo exótico y negativo de los valores civilizatorios.

Los españoles son definidos sistemáticamente como seres extraños, refractarios a la modernidad, que cruzaron el océano sedientos de sangre y oro, con mentalidad aún medieval y el demonio de la Inquisición corriendo por sus venas. El Descubrimiento de América fue, según esta visión, una barbarie sin matices (y, de hecho, fue una barbarie, pero habría mucho que matizar).

La realidad es que el siglo XVI español fue una oscilación constante entre la ignominia y la grandeza. Unos centenares de desheredados, muchos enfermos de paludismo, conquistaron en poco tiempo una extensión de territorio sobrecogedora. Además, sus libros de crónicas constituyen un legado impagable para la humanidad: nunca antes se había descrito con tal profundidad y maestría la aparición del Otro.