Se nos dice que la mayoría de la población mundial vive en ciudades, pero no se nos explica que "ciudad" está entendido en su sentido más amplio, incluyendo las periferias hiperdegradadas de los países subdesarrollados. La comuna es la realidad en la que viven más de mil millones de personas en todo el planeta. Son océanos de infraviviendas que crecen en torno a los centros urbanos, hechas de material desechado, sin planificación ni servicios, sin autoridad estatal, a veces violentas y siempre insalubres. Pueden cobijar a unos centenares de personas, como en Europa, o a millones, como en Kenia. Sus habitantes están excluidos de los estándares mínimos de bienestar, pero no necesariamente del sistema económico. Muchos trabajan, pero sus sueldos no les permiten pagar el transporte, por lo que deben buscar alojamiento cerca de sus empleos, cerca de donde hay bonanza económica —zonas financieras, centros comerciales...—, donde crecen los asentamientos a una distancia prudencial, para que los friegaplatos y conserjes puedan ser puntuales sin tener que pagar el transporte en autobús.
En vastas regiones del globo, la comuna es la forma urbana predominante, el equivalente de la marcha hacia la ciudad que caracterizó la modernidad europea. Sin embargo, la comuna no es muy tratada en círculos intelectuales ni existe en la cultura de masas. Visitarla una vez en la vida o, al menos, ser conscientes de su existencia es necesario para entender el mundo en el que vivimos.
Mike Davis publicó en España Planeta de ciudades miseria, que los expertos en la materia consideran flojo, pero que a los que no lo somos nos sirve como una impagable introducción al tema. Davis se aproxima aquí a las características generales de la comuna y pronostica que será el escenario geopolítico del futuro.
En este libro se explica que la comuna ha crecido paulatinamente en los últimos años ante la desidia de los gobiernos afectados, que no han sabido o querido atajar estos lugares caóticos, donde las enfermedades se expanden con facilidad y cualquier manifestación de la naturaleza supone desastres humanitarios, ya que la construcción de infraviviendas se tolera porque se hace precisamente en terrenos que no valen nada por inhabitables: colinas con desprendimientos, en torno a ríos con crecidas, tierra fangosa, proximidad antihigiénica a vertederos...
También se niega cualquier intento de idealización anarquizante. En efecto, la autoridad estatal no existe en la comuna ("la policía solo entra para cobrar sus sobornos"), pero esto no ha generado autogobierno ni sentimiento comunitario. Priman las bandas y el abuso del más débil contra el más fuerte. Las ONG occidentales son nefastas por canalizar la escasez de medios hacia el clientelismo, y solo las diversas sectas religiosas hacen las veces de sociedad civil.
Al mismo tiempo, se produce, al estar todo tan relacionado con la concentración de riqueza, un statu quo de guerra no declarada en el que la minoría opulenta vive aterrorizada en condominios ultravigilados, mientras que la mayoría pauperizada reconcentra un odio que explota en distintas formas de violencia. Si existe un proletariado en el sentido marxista, aquí se encuentra.
Podemos no querer ver la comuna, hasta que caiga sobre nuestras cabezas.
La desalentadora dialéctica de zonas de seguridad contra lugares urbanos demoníacos nos lleva a una oscilación siniestra e incesante: noche tras noche, helicópteros de combate acechan enemigos desconocidos en las estrechas calles de barrios miserables, arrojando fuego sobre chabolas o coches que huyen. Por la mañana, la miseria replica con suicidas que provocan grandes explosiones. Si el imperio puede desplegar las tecnologías represivas de las que habla Orwell, sus oponentes tienen a los dioses del caos de su parte.
Davis termina así Planeta de ciudades miseria, anunciando la nueva expresión de la lucha de clases.
En una entrevista posterior, pone como ejemplo ilustrativo la película Black Hawk Derribado. En ella se cuenta la derrota real sufrida por un comando de élite estadounidense en Somalia. Con toda la superioridad de su parte, son vencidos cuando los habitantes de la comuna convierten la ciudad en un avispero.
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