En Iberoamérica, las comunas —también conocidas como villas miseria, favelas, o de diversas otras formas— desconciertan al observador europeo. Suben a las montañas movidos por la curiosidad y, al regresar, se sienten impulsados a adoptar roles de sacerdotes o guerrilleros, cuando no de ambos simultáneamente. Afortunadamente, en la era de la postmodernidad, su fervor disminuye rápidamente, y se conforman con colaborar económicamente o dedicar algunas horas a alguna ONG. Luego regresan a sus países, y a las pocas semanas, todo lo que presenciaron se transforma en un recuerdo etéreo, que evocan en las cafeterías cuando desean presentarse como individuos interesantes.
El observador europeo no puede dejar de notar la extensa y flexible concepción de la "familia" que existe en las comunas. Las viviendas, mínimas y construidas con desechos, se encuentran en colinas o a lo largo de los cauces de ríos, ya que son áreas donde nadie más con otras opciones desea o puede edificar. En estos espacios, se agrupan familias que, en ocasiones, superan la docena de miembros. No existe casi nunca una estructura matrimonial tradicional, sino que más bien se trata de una especie de asociación entre un hombre o una mujer y su enésima pareja sentimental, con hijos propios y de relaciones previas, tíos y primos cuyo parentesco no siempre es verídico, abuelos y abuelas laboriosos, y algún niño adicional que ha sido rescatado o dejado al cuidado de la unidad.
A partir de esto, el observador busca explicaciones: ¿por qué se mantienen unidas familias pobres en medio del alcoholismo y los abusos constantes? ¿Por qué persiste este océano de viviendas precarias donde nacen niños, a pesar de que los padres no pueden alimentarlos? ¿Por qué una madre indígena soltera arrastra a media docena de hijos famélicos, mientras que, a pocos kilómetros al norte, una familia criolla exhibe un único hijo bien nutrido y bilingüe?
Las respuestas a estas interrogantes no suelen ser satisfactorias, quizás porque el observador las esperaba con matices reparadores. Sin embargo, agradece que autores como Wallerstein se esfuercen por comprender los suburbios del planeta, conceptualizando las realidades en las que sobrevive la mayoría de la humanidad.
Teoría de las unidades domésticas
Immanuel Wallerstein (Nueva York, 1930 - Connecticut, 2019) dirigió hasta su jubilación en 2005 el Centro Fernand Braudel en la Universidad de Binghamton. Su pensamiento está fuertemente influenciado por este historiador francés, por la Escuela de los Annales, el marxismo y los movimientos insurgentes de la década de los sesenta. Especialista en África, vivió allí durante la descolonización. Actualmente, su teoría del "sistema-mundo" es ampliamente utilizada por el postcolonialismo latinoamericano y otros movimientos críticos.
El "sistema-mundo" es un concepto integral que abarca la totalidad del trabajo de Wallerstein. Según este autor estadounidense, en el siglo XVI, la crisis del feudalismo llevó a los europeos a cruzar el Atlántico, lo que permitió que la "economía-mundo" europea se expandiera de manera casi planetaria (África y gran parte de Asia permanecieron excluidas). El Mediterráneo perdió su centralidad frente al Atlántico. Desde entonces, vivimos en un "sistema-mundo" capitalista, que ha originado su propia "geocultura" (un discurso legitimador) y que carece de un poder estatal unificado. De hecho, ha de mantener una serie de estados asimétricos en su interior para subsistir. Su centro ha variado a lo largo de los siglos, moviéndose entre varios países (primero España, luego los Países Bajos o Inglaterra). Frente a los críticos culturalistas o estatistas, Wallerstein sostiene que solo al considerar la totalidad del "sistema-mundo" y los ciclos largos de la economía podemos comprender la realidad en la que vivimos.
Wallerstein publicaba con poca frecuencia, al menos en español, y por ello cada nuevo lanzamiento de sus obras era recibido con gran expectación. Su última publicación fue el cuarto volumen de su monumental historia del sistema-mundo capitalista, El moderno sistema mundial. El primero de esta serie apareció en los años setenta, y fue innovador en su época porque trasladó el origen de la Era Moderna del Renacimiento al Descubrimiento de América. El sistema-mundo emerge con el inicio del capitalismo y la expansión ultramarina, cuando el centro de la actividad económica deja de estar exclusivamente en Europa. Con el paso de los siglos, se producen disputas por la hegemonía estatal dentro del sistema, ya que es necesaria la diversidad de estados, y se luchan por incorporar territorios periféricos previamente ajenos al "progreso".
En El moderno sistema mundial IV. El liberalismo centrista triunfante, 1789-1914, Wallerstein estudia cómo la Revolución Francesa y el liberalismo moderado posterior crearon una narrativa legitimadora del dominio occidental-capitalista sobre el planeta.
A pesar de que sugiere críticas a la modernidad y a los valores ilustrados, Wallerstein subraya que su objetivo no es necesariamente defender una visión completamente negativa de lo que Occidente representa. Él duda de que las alternativas a las estructuras actuales puedan ser más justas o viables.
Además, Wallerstein ha producido importantes textos sobre la crisis del estado, cuestiones de raza y género, epistemología y movimientos de resistencia, todos ellos enmarcados dentro de su teoría del "sistema-mundo". En 2004, Akal publicó una costosa antología de artículos de Wallerstein sobre estos subtemas, Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos.
Un excelente texto introductorio sobre este pensador está disponible en línea en formato PDF. Se trata de Análisis de los Sistemas Mundo. Una introducción, una conferencia que ofreció en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, en la que resume tanto su teoría política como sus posturas sobre las ciencias, las cuales considera innecesariamente separadas en disciplinas estancas, proponiendo en su lugar la unidisciplinaridad.
Tanto en este libro como en la antología de Akal, Wallerstein desarrolla con mayor detalle su concepto de las "unidades domésticas", que constituye el foco de nuestro análisis.
Socialización: clase, nación y etnia
Para Wallerstein, una "unidad doméstica", o "unidad de consumo" (household), está conformada por un grupo de entre tres y diez personas de diferentes géneros y edades, que durante un período aproximado de treinta años agrupan sus ingresos y su consumo para garantizar su supervivencia. De esta forma, cubren las necesidades básicas individuales (alimento, vivienda, ropa, etc.). La unidad doméstica no es un grupo estable, pues sus miembros pueden llegar o partir, nacer o morir. Aunque suelen existir vínculos familiares, estos no son estrictamente necesarios. Lo fundamental es la participación conjunta en el ciclo de ingreso-consumo.
Las unidades domésticas son el principal medio de socialización. Enseñan a respetar y adaptarse a las normas sociales, y en ellas el individuo se inserta en una clase social, una nación y una etnia.
Cuando las constricciones son de índole económica, hablamos de una clase social; cuando son de carácter político, se refiere a una nación. Wallerstein considera que el concepto de nación es una construcción engañosa, y respecto a la clase social, aunque la reconoce como una realidad material, es escéptico de su total efectividad, ya que cree que está velada por imaginarios como el concepto de "pueblo". Como en la tradición marxista, lamenta que los oprimidos se movilicen más bajo la bandera del "pueblo" que bajo la de la "clase social". A pesar de sus reservas, sugiere reorientar políticamente los movimientos populares. Además, sostiene que en el "sistema-mundo" existe un componente racial que afecta los desequilibrios de clase, que no se explican únicamente por los ingresos económicos: "Creo que las 'clases' y lo que prefiero llamar 'etno-naciones' son dos envolturas de la misma realidad básica" (Wallerstein, Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos, p. 294).
Respecto a la idea de la nación liberal, Wallerstein no concede crédito alguno. Se alinea con la escuela modernista que sostiene que el concepto de nación es una invención moderna. El Estado precede a la nación, a diferencia de lo que afirman las narrativas nacionalistas. Lo ejemplifica con la India, un constructo producto del colonialismo británico que podría dejar de existir en el futuro. Sin embargo, sus políticos e intelectuales han creado una historia nacional milenaria que adquirió funcionalidad con el surgimiento del movimiento nacionalista indio en el siglo XX.
La etnia es la tercera categoría en la que la unidad doméstica inserta al individuo, y constituye la principal fuente de normas y legitimidad, tanto hacia el interior como hacia el exterior. En ella se enseñan criterios no mercantiles para relacionarse con los miembros de la unidad doméstica (lealtad a los padres, respeto hacia las hermanas), así como actitudes hacia el trabajo y el Estado. La etnia comprende la cultura, la subcultura, la lengua y la religión, y se aprende desde la infancia. Mientras que clase social y nación son, teóricamente, modificables, la etnia resulta más difícil de transformar. La mayoría de las unidades domésticas son homogéneas en términos étnicos, y en caso de que no lo sean, el miembro de una etnia diferente deberá adaptarse para evitar conflictos dentro de la convivencia.
Wallerstein sostiene que la etnia evoluciona con el tiempo, en función de las necesidades económicas. Cambia según la geografía, y no en todas partes presenta las mismas exigencias. Algunas etnias enseñan sumisión al Estado, mientras que otras fomentan rebeliones colectivas o individuales. La etnia se manifiesta dentro de la unidad doméstica y también en su relación con las estructuras económicas y las instituciones políticas.
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