
Hay un texto de
Julián Marías ya anciano en el que dice que llega un punto en la vida en el que
“en el ¨nosotros¨ hay más muertos que vivos”. En el libro de Didion se podría
añadir un “súbitamente” al principio de la frase. No solo enviuda y su hija muere (por supuesto, es ya un
tópico decir que no hay nombre para cuando los padres pierden al hijo), sino
que todo sucede muy rápido. Ella es la superviviente azarosa de cuarenta años
de matrimonio y treinta y nueve de maternidad.
Didion lo cuenta
todo con una supuesta distancia, pero siempre tenemos la sensación de que solo
está intentando objetivarse en el reportaje sobre su dolor, porque de hecho habla
al borde del llanto. El libro tiene algo del convencionalismo del luto: ahuyentamos el dolor mediante rituales y lugares comunes. Aquí es una escritora
que se agarra a lo que mejor sabe hacer: escribir. De hecho en una entrevista
de El País reconoce que contarlo todo tuvo algo de terapéutico.