Ortega y Gasset distinguía entre las ideas, que se
tienen, y las creencias, en las que se está. Las últimas son más
determinantes porque configuran nuestra existencia aunque no queramos;
por mucho que pretendamos ignorarlas están aquí, en este mundo en el que
hemos sido arrojados. Es fundamental ser consciente de las creencias de cada época para entender por qué nuestra convivencia es como es.
De ahí que una de las funciones de los intelectuales sea
mapearlas y delimitarlas, ponerlas en claro para que sepamos a qué
atenernos.
La mayor parte de las personas considera que esto de las creencias de una época no
va con ellos y se jacta de vivir en el "mundo real", de pasar de
teorías. Un ejemplo: imaginemos a uno de estos sujetos pragmáticos,
llamémosle Manolo, y lo visualizamos en el bar de su barrio de toda la
vida. Ante la sugerencia de que lea un estudio de sociología
contemporánea, Manolo, irritado, gritará que no es un cagalibros, que él
va a lo práctico (y como suele hacer en estos casos, dará golpes con
sus nudillos en la barra, hecha de un material muy sólido, para ilustrar
su posicionamiento). Pero esa misma tarde, al volver a casa, su mujer
le estará esperando con las maletas hechas. Le pide el divorcio porque
después de una charla con su profesor hindú de meditación, ha
descubierto que no se siente realizada como mujer. A Manolo la
sociedad postindustrial le ha estallado en la cara. Si se hubiera
informado un poco, tal vez habría visto venir que las creencias (en este caso en cuestiones de género y espirituales) han cambiado mucho en las últimas décadas, y que en
consecuencia su mujer ya no iba a seguir cocinando en casa.