30.4.23

Epístolas morales a Lucio

Las Epístolas morales a Lucilio son un total de veintidós libros que resumen de manera clara el pensamiento de Séneca. Están dirigidas a Lucilio, un funcionario romano, aunque la intención era que se difundieran entre la sociedad romana. Son textos bellamente escritos. El género epistolar, tan común en la época, favorece la autenticidad y la belleza. Habla para que Lucilio y todos nosotros le entendamos. Séneca no busca abrumar con jerigonza, ni arguye conceptos que nos deslumbren; habla de la existencia humana en un lenguaje común, no filosófico, es decir, sin esconderse en terminología metafísica, y sus argumentaciones permanecen honestamente desnudas. Aquí, los hombres mueren y se duelen, exclaman y temen, tal cual como sucede en la calle y en la cantina de más abajo.

Hay mucha verdad en Séneca; una verdad sin artificios, vulnerable y transparente. Como le vemos las costuras a sus ideas, podemos dialogar con él y aprender a vivir, que, en suma, es de lo que se trata. Y nada honra más su dignidad como maestro que nuestras enmiendas.

En las Epístolas, y en concreto en este tercer libro, Séneca pone como ejemplo a varios héroes históricos y mitológicos que afrontaron la muerte y la injusticia con un valor que rayaba en la apatía estoica. Afirma que lo peor que puede pasar es morir, y que eso no es tan malo, que no hay desgracia que podamos imaginar que no sea insuperable.

Llega a decir que no hay que amar demasiado la vida, lo que resulta intranquilizador. Su apología de la renuncia a ser más de lo que somos, a conformarse, suena incluso antinatural. ¿El conatus humano no es genéticamente inconforme y ambicioso? Porque habrá más tarde una renuncia, la cristiana, pero que será completamente distinta, ya que su finalidad es abrazar lo más grandioso e inimaginable, no sumirse en una dócil ataraxia. Será una renuncia que aspire a beberse los cielos, no a la calma de un felino somnoliento.

En cuanto a las reflexiones sobre la muerte, leyendo a Séneca surge la pregunta de si amó a alguna mujer u hombre, si temió dejar a su hijo solo en el mundo. La muerte propia, obvio, no estamos para verla. Podemos sentir, incluso lo reconocemos, cierta curiosidad intelectual. Podemos ir serenos hacia nuestra muerte, pero no despedirnos de los seres queridos. Él no menciona a los que dejamos atrás, para quienes nuestra muerte es orfandad. Y sobre todo, la muerte del otro amado, de la que nunca nos recuperaremos, y que nunca aceptaremos, y con la que nunca tendríamos que reconciliarnos.

Hay otra cuestión que nos aleja de Séneca y es su propia biografía. Aunque deberíamos abordar los textos filosóficos con una actitud fenomenológica, poniendo entre paréntesis todo lo que creemos conocer, inevitablemente sabemos que fue un hombre cercano a Nerón, a quien defendió siempre frente al Senado, y que esa proximidad con el emperador le permitió amasar una de las mayores fortunas de su tiempo. Creemos que hay que tener mucho cuidado al pontificar en términos morales. Quien nos va a decir cómo vivir nuestra vida tiene que tener una ejemplaridad impoluta. Si hemos de aceptar consejos y recriminaciones, si le vamos a dar tal poder a alguien sobre nosotros, debemos estar seguros de que tiene la excelencia necesaria para poder hacerlo. Nada irrita más que la falta de reciprocidad lógica en los argumentos morales, eso de “vive con humildad, abraza la templanza” viniendo de quien vive en un fastuoso palacio regado de vino y oropeles.

El estoicismo en concreto, que tan bien representa Séneca, fue la filosofía laica más "exitosa" de la historia, ya que fue hegemónica en el Imperio Romano por casi cinco siglos. Sobrevivió al colapso de la Hélade para convertirse en suelo nutricio del imaginario romano, atravesó la Edad Media y la Ilustración, y aún hoy puede considerarse vigente.

Pero, ¿hasta qué punto nos convencen hoy los estoicos y las demás filosofías helénicas? Leyéndolos, uno recuerda la acusación que San Agustín les hizo a los pensadores de la etapa helenística: inhumanos.

María Zambrano defendía en su libro sobre Séneca que éste intentaba hacer una religión con la razón, que la razón fuera consuelo ante las desgracias de la existencia. Pero si consideramos que la pérdida de un hijo es el dolor máximo al que puede ser sometida una madre, y que en su Consolatio ad Marciam (donde intenta consolar precisamente a una madre cuyo hijo ha muerto en combate), Séneca le dice a la señora que si los animales no guardan luto, ella no tendría que hacerlo y, es más, añade que “la larga añoranza por la cría” es una mera “convección” social, quizá podamos concluir que su intención era crear una religión consoladora de la razón, pero que le faltaba mucha piedad y empatía con el sufrimiento del otro para lograrlo.

Se les reprocha a los estoicos que promueven una ética para dioses. Pero más bien parece una ética para piedras.


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