Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973) es un paradigma de poeta maldito. Según los críticos, es uno de los mejores del siglo XX y, aun así, es casi un desconocido. Su obra ha estado desatendida hasta hace pocos años, pero sus hijas han conseguido que se reedite en condiciones. Gracias a ello, podemos disfrutar de todos sus poemas en las bellísimas y recientes ediciones de Siruela.
Antes de eso, en los años noventa, su mejor valedor fue Fernando Márquez, alias El Zurdo, que lo convirtió en un mito. Hablaba de él en sus fanzines, le dedicaba canciones y lo citaba como si se tratara de un oráculo que aullaba desde el “no mundo”. Ahora que ya tenemos acceso a la obra cirlotiana, hemos podido leerla sin mediaciones, lo que no quiere decir que no agradezcamos las siempre interesantes recomendaciones literarias del Zurdo.
Cirlot está influido por el surrealismo y el simbolismo. Sin embargo, la corriente a la que estuvo adscrito fue el postismo, un intento de postguerra por aglutinar todas las vanguardias artísticas conocidas, para luego superarlas. Su erudición era ciclópea; pocos autores españoles tienen tales conocimientos de arte e historia clásica, así como un universo literario tan nítido y desafiante. En apariencia, sus poemas versan sobre esoterismos, heráldicas, mitologías celtas y otros temas aparentemente esotéricos que darían mucha pereza si no fuera porque sabemos que en realidad hablan de la soledad, el extrañamiento y la irrupción de lo reprimido por la Modernidad.
En El libro de Cartago, por ejemplo, habla de la desolación encarnada en las civilizaciones destruidas, la fascinación por el enemigo aniquilado y el odio hacia el bando al que supuestamente pertenecemos, en este caso Roma; es, en definitiva, una hermosa oda a la traición. El gran Bronwyn, que está inspirado en una película de 1965 protagonizada por Charlton Heston llamada El señor de la guerra, es un conjunto de poemas sobre el eterno femenino que resulta extraño y vigorizante en el panorama literario español. Y algunos aforismos Del no mundo son epatantes e imposibles de leer con indiferencia.
Sobre el poeta, hasta donde sabemos, no existían muchos estudios publicados y bien difundidos. Afortunadamente, acaba de aparecer Cirlot, ser y no ser de un poeta único de Antonio Rivero Taravillo. En la introducción, el autor nos da la pista de todo, nos dice que Cirlot es un poeta de “hipofanías”, es decir, “apariciones por lo bajo, de lo abisal, del sustrato que no es creación sino destrucción”.
Rivero ya escribió una biografía de Luis Cernuda más extensa. En este caso ha sido menos ambicioso y ha refrito algunos textos previos en esta introducción al cosmos cirlotiano que se lee con bastante interés. Un motivo de ello es que no se centra en las simpatías filonazis de Cirlot, sino que lo menciona de forma justa, considerándolo como lo que fue: una provocación casi infantil que se limitó a cierto gusto por la simbología hitleriana; otro estudioso actual más amarillista se hubiera centrado en ello para dar lugar a una disertación moralizante insufrible.
Otro punto a favor del libro de Rivero es que no es pretencioso ni técnico, y además evita convertirse en el estudio definitivo sobre Cirlot. Se limita a presentarlo con claridad e invita a seguir leyéndolo y estudiando su mundo. Salvo expertos en el poeta, que no encontrarán nada nuevo, los profanos tenemos una buena puerta de entrada aquí.
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