19.3.23

En el vientre de la bestia: Cartas desde la prisión


Le dije hace tiempo que no conozco otro camino. Nadie, si siquiera 
usted, aunque usted es quien más se ha aproximado y eso, en sí, es un hecho patético, me ha tendido una mano para ayudarme a ser un hombre mejor. Nadie.

Jack Henry Abbott nació en 1944, hijo de un soldado estadounidense y una prostituta china. Creció en diferentes hogares de acogida, donde nunca logró integrarse, y a los dieciséis años fue enviado a un reformatorio. A los dieciocho trató de cobrar un cheque sin fondos y fue encarcelado. Con veintiún años mató a golpes a otro preso, lo que le valió una condena de 19 años. Intentó fugarse y pasó casi un lustro en una celda de aislamiento. En 1977 comenzó una correspondencia con Norman Mailer, que finalmente se recopilaría en el libro En el vientre de la bestia: Cartas desde la prisión. El éxito editorial y la presión de Mailer le ayudaron a conseguir la condicional en 1981. Sin embargo, después de un mes en libertad y tras una discusión, mató a un joven, lo que lo llevó nuevamente a prisión, donde se suicidó en 2002.

Sólo había vivido doce semanas de su vida adulta en libertad.

Su libro permanece como testimonio de una vida destruida. Las cartas son más bien aullidos donde relata lo que es la prisión: el aniquilamiento del individuo, el sadismo de los guardianes, las palizas, las castas y traiciones de los propios reclusos. Describe lo que es sobreponerse al aislamiento sensorial, al abuso constante, a las drogas disfrazadas de tranquilizantes que le obligan a tragar.

Abbott es capaz de contarlo con una escritura poderosa. Durante los cinco años que pasó en aislamiento, sólo podía tener contacto una vez al mes con su hermana, quien le facilitaba libros seleccionados por un librero amigo. Abbott los leyó todos, y se nota: clásicos de la literatura, Hegel, existencialistas, Russell, poesía y Marx. Sobre todo, Marx. Con él analiza todo el sufrimiento y la opresión que lo rodea. Desde su celda, imagina un mundo en el que los pobres y humillados de las periferias caen sobre los poderosos como justicieros. Abbott ha forjado sus ideas revolucionarias a partir del dolor y el daño infligido a su cuerpo y a sus nervios durante su vida entre rejas (Mailer). La conciencia política lo mantiene vivo, con una mente de acero.

En otras cartas, deja claro que quiere entender al "hombre" y tiene una necesidad casi infantil de sentir emociones positivas. "No he tenido contacto corporal con otro ser humano en casi veinte años, excepto en actos de violencia." No cree en Dios y carece de una visión purificadora de la muerte; ni todo el horror que ha vivido lo lleva al alivio de un sentido religioso. Abbott no hace las paces. "Jamás he aceptado que soy responsable de lo que me ha ocurrido. El adoctrinamiento en esa creencia nunca ha tenido éxito conmigo. Esa es la única razón por la que he pasado tanto tiempo en la cárcel."

En el vientre de la bestia no se lee impunemente. Como Abbott, hay millones de personas encerradas hasta incapacitarlas para la vida en el exterior. Personas cuyo delito inicial fue la pobreza: no pudieron pagar su libertad y el Estado los convirtió en criminales. Es la intrahistoria de los sumideros del mundo.

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