30.10.22

Islas en la red, de Bruce Sterling

La ciencia ficción suele ser motivo de burla entre los defensores de la "alta cultura". Aunque, si las escuchamos bien, esas risas son huecas, temerosas; más bien, son las risitas nerviosas de quien sospecha que está equivocado. Porque, de hecho, la ciencia ficción ha logrado, mejor que ningún otro género literario, presentarnos metáforas políticas e históricas en las que vernos reflejados; imágenes de la naturaleza humana como horizonte de posibilidades, así como modelos de convivencia alternativos y predicciones sociales sobre las que trabajar y aprender.

A lo largo de su historia, este género ha dado lugar a múltiples subgéneros, etapas y tendencias. En los años ochenta surgió el ciberpunk, que luego mutó en variantes como el postciberpunk, el biopunk y otros tantos "punks" que aún hoy siguen vigentes. Sin embargo, el núcleo más influyente fue el original, el de William Gibson y Bruce Sterling. A ellos se deben las primeras novelas configuradoras, aquellas que transcurrían en megalópolis de mestizaje y silicio, con inteligencias artificiales que buscaban el control, humanos con implantes tecnológicos que se movían en lo que llamaron el "ciberespacio", y corporaciones globales que asumieron el poder, reemplazando a los debilitados Estados-nación.

En 1988, Bruce Sterling publicó Islas en la Red, un libro que nos hace reflexionar sobre si el ciberpunk debió transformarse precisamente porque acertó tanto en sus vaticinios que dejó de ser ciencia ficción para convertirse en una suerte de naturalismo proyectado hacia el futuro.

Islas en la Red describe un primer cuarto del siglo XXI en el que la URSS sigue existiendo, aunque ya no hay Guerra Fría. El planeta se ha convertido en un mercado global dominado por grandes imperios comerciales. El fin de las tensiones internacionales ha propiciado el florecimiento de las subjetividades, y las personas ya no se identifican tanto con sus países, sino con grupos identitarios que eligen libremente. Por ejemplo, el feminismo se ha convertido en una religión. Para perplejidad de los nacidos en el "premilenio", los jóvenes del siglo XXI rechazan los bienes materiales y pasan el día conectados a la Red (de hecho, fue esta novela la que popularizó el término con el que hoy conocemos a Internet), una mezcla de ordenador y televisión que vincula al individuo con cantidades ingentes de información valiosa.

En la novela, las luchas políticas se centran precisamente en el robo de datos, ya que los piratas informáticos del Tercer Mundo atacan a Occidente desde territorios libres como la isla de Granada o Singapur, en una suerte de nueva lucha de clases global.

La trama gira en torno a un asesinato ocurrido en plena negociación de paz entre la protagonista, Laura Webster, representante de una corporación, y los hackers rebeldes. Este crimen la obliga a viajar por distintos continentes, lo que permite a Sterling introducir diversos escenarios y presentarnos, finalmente, las "islas" del título: enclaves fuera de la Red donde se desarrollan comunidades autárquicas o "utopías piratas", como las llamó Hakim Bey, quien se inspiró en este libro para escribir su manifiesto libertario sobre las Zonas Temporalmente Autónomas.

Existen, obviamente, algunos anacronismos llamativos, como que las personas sigan usando el télex en lugar de la Red para comunicarse. Sin embargo, lo que más brilla en la novela son sus intuiciones acertadas: además de un zeitgeist reconocible en toda la historia, Sterling habla de drones, ordenadores personales portátiles, ingeniería genética y conflictos entre el Norte y el Sur, en lugar de la tradicional división Este-Oeste.

Cerramos con un pasaje perturbador y profético, si tenemos en cuenta que fue escrito —insistimos— en 1988:

"La Red era muy parecida a la televisión, otra antigua maravilla de la época. La Red era un enorme espejo de cristal. Reflejaba lo que se mostraba en ella. En su mayor parte, banalidades humanas. Laura pasó rápidamente con una mano por la basura siempre incluida en el correo electrónico. Catálogos de compra por cable. Campañas del Concejo Municipal. Obras de caridad. Seguros sanitarios. Laura borró toda aquella basura y se dedicó al trabajo."

23.10.22

El estilo del mundo, de Vicente Verdú

Vicente Verdú falleció hace ya algún tiempo. Fue un célebre periodista y prolífico autor de más de veinte libros. Obtuvo el doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de París y dirigió la sección de cultura del diario El País durante varios años. Publicó casi siempre en editoriales de prestigio y tuvo voz en los medios de comunicación mayoritarios. Escribía bien y era claro en sus exposiciones, lo que ya es mucho decir para su gremio.

En 2003 apareció la que se anuncia como su gran obra, El estilo del mundo, que Anagrama reeditó en bolsillo hace poco. Según un artículo de la época, Verdú dedicó cuatro años a su redacción y leyó más de 500 libros y mil artículos de ciencia para documentarse. Es, desde luego, un libro interesante y demuestra que el autor estaba al tanto de todo lo que se pensaba y sucedía en aquellas fechas. El título se refiere, nos dice en el prólogo, al zeitgeist, el espíritu del tiempo. Y, en efecto, se traza una excelente cartografía del consumo, el urbanismo, el sexo, la política, lo divino y lo mundano de la Europa de principios del siglo XXI.

16.10.22

Partitocracia y sanidad pública

wikimedia

La partitocracia denunciada por Antonio García-Trevijano se ha puesto en evidencia con el caso del Rubius. Este youtuber ha decidido mudarse a Andorra porque afirma que en España el fisco se lleva la mitad de sus ganancias. Desde entonces, los voceros de la oligarquía de partidos no han dejado de advertirnos de que el sistema sanitario puede quebrar por culpa de decisiones como la suya. Es decir, que si Hacienda recauda menos impuestos, la solución inmediata de los políticos será reducir el presupuesto de la Seguridad Social.

Así funcionan nuestros dirigentes: están dispuestos a reducir camas en los hospitales antes que renunciar a los coches oficiales.

9.10.22

Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, de Guy Debord


Entre mis lecturas juveniles estaba Guy Debord, el instigador de la célebre Internacional Situacionista. Su libro fundamental, La sociedad del espectáculo, se me antojaba ininteligible, pero lucía bien pretender que lo leía en los pasillos de la Facultad. En cambio, su autobiografía, Panegírico, me pareció auténticamente divertida. En cuanto a In girum imus nocte et consumimur igni, Consideraciones sobre el asesinato de Gérard Lebovici y El planeta enfermo, o escondían una genialidad críptica que se me escapaba, o eran tres fabulosas tomaduras de pelo.

Con el paso de los años, me inclino más por la segunda opción.

Sin embargo, el libro de Debord que recordaba como claro y potente, y sobre el que he vuelto recientemente, es Comentarios sobre la sociedad del espectáculo. No me fallaba la memoria; en efecto, es certero como una bala.

2.10.22

La belleza, de Roger Scruton


La Estética es una disciplina filosófica que tiene su correspondiente asignatura en la carrera. Yo la cursé con el gran pope nacional en la materia, y la verdad es que todo lo que entendí es que era una especie de reflexión sobre el arte que entretenía mucho a tipos crípticos y relamidos. Todos mis acercamientos posteriores han sido igual de decepcionantes.

Si hay una rama de la filosofía donde el idealismo alemán ha hecho estragos es la Estética.

Ha llegado a mis manos La belleza de Roger Scruton. Reviso las bibliografías recomendadas para la asignatura de un par de Facultades de filosofía y no aparece. Aunque sí está en ambas como manual principal el libro del señor pesado que me dio clase hace años, acompañado por otros textos postmodernos insufribles y algún que otro marxista ininteligible. De hecho, con tal panorama, que Scruton no aparezca referenciado empieza a parecerme buena señal.