Hablar del optimismo en las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique parece casi un sarcasmo, pero, una vez que las leemos, se desvanece la perplejidad inicial.
La cabecera de este trabajo nos evoca también el texto de José Ortega y Gasset Del optimismo en Leibniz. Se hace entonces inevitable leer las Coplas desde el optimismo leibniziano. No es, claro está, un optimismo irracional que se niega a ver las calamidades del mundo, sino un optimismo paradójico que considera que, a pesar de todo, vivimos en el mejor de los mundos posibles; un optimismo que abraza la realidad sin regodearse en la tragedia, un optimismo de lo óptimo posible.
Manrique escribe en el siglo XV, es decir, en los estertores del Medievo, y Leibniz lo hace entre los siglos XVII y XVIII, en tiempos ya del racionalismo. Sin embargo, lo que los une es la serenidad de sentirse engranajes de un orden divino. Para el español, los sucesos históricos o personales existen dentro de una voluntad divina y, como tal, deben aceptarse. Para el alemán, un Dios de precisión matemática ha debido prever otros mundos, y si ha elegido éste es porque es el mejor; incluso lo malo tiene un propósito. Por ejemplo, si morimos, es para que otros vivan y la vida siga.
Para ambos, no hay nada que temer en este mundo, todo tiene un sentido. Al final, todo estará bien.
Esta calma que proviene del sentir el abrazo divino se entiende también en la concepción del viaje. En la historia de la literatura universal, es ya un lugar común la idea del viaje físico como metáfora del viaje existencial que es la vida. La vida como camino o como río que transcurre entre vicisitudes y tormentos, con Ítaca esperando, o con el mar que es morir, pero se entiende que en ambos casos se ha llegado tras un proceso de crecimiento. El abrazo a Penélope o el cristiano pasar a un lugar mejor son las culminaciones lógicas del viaje.
(Ulises también habrá de morir, aunque no se nos cuente. Pero lo imaginamos sabio y heroico, con barbas blancas, exhalando su último aliento en su cama, rodeado de hijos y nietos, vencedor, en suma. Sin el viaje de crecimiento, esto no hubiera sido posible).
El padre de Manrique, sin embargo, ha realizado otro viaje distinto. Él también tuvo que enfrentarse a sus propios lestrigones y cíclopes, pero lo hizo dentro de un plan divino en el que sabía que estaría a salvo. El héroe griego, en cambio, viajó por un mundo caótico en el que dioses iracundos juegan con los destinos humanos. No conoció la piedad de Dios, el amor divino hacia los hombres y sus debilidades. El viaje de Ulises da miedo porque sus dioses solo respetan a los héroes, y es muy difícil serlo.
Si Ulises hubiera muerto cobardemente en su primera escaramuza, Telémaco no habría podido escribir estas Coplas, porque no tendría la certeza de que su padre está en los cielos, sin dolor, redimido. Es más, Telémaco, si superara la vergüenza de tener un padre poco heroico, temería que su progenitor continuara atormentado en algún averno para hombres fallidos.
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