29.1.23

El contorno del abismo

Hace años me embriagué de malditismo con las biografías que J. Benito Fernández escribió sobre los poetas Leopoldo María Panero (El contorno del abismo) y Eduardo Haro Ibars (Los pasos del caído). Como ambos tuvieron vidas entrelazadas, los dos libros se complementan perfectamente, dejando una crónica de unas existencias supuestamente derrotadas por su tiempo y su país.

El problema de releer lo que nos cautivó de jóvenes es que, ahora que tenemos canas, barriga y rezumamos hipotecas, hijos y otras impertinencias, hemos agotado nuestra capacidad de fascinación por los autoproclamados genios que se inmolan por su arte. Ahora lo que nos gusta son personas confiables, que dan la tabarra lo menos posible.

He terminado, renqueante, la relectura del primero, el de Panero, porque no me gusta dejar los libros a la mitad. Pero han sido unos días de recorrer, con mueca de desagrado, el periplo vital de un señor que no me ha interesado lo más mínimo (con todo mi respeto hacia él, que ya mora en el barrio de los acostados). El de Haro Ibars ni siquiera voy a empezarlo, para evitar tener que leerlo también a regañadientes.

De entrada, Panero es un señorito, como casi todos los de su especie; uno de esos que se entregan a la vida bohemia a costa de la alcancía familiar. No trabajan, pero sufren mucho porque nadie les entiende (en general, quien tiene que ir a trabajar no entiende a quien nunca madruga, pero aun así se queja de lo dura que es la vida). Sus lamentos parecen ser siempre por motivos políticos o sociales; es decir, estos tipos se creen demasiado buenos para su circunstancia.

Panero, por lo menos, militó y estuvo en la cárcel, que ya es más de lo que se puede decir de muchos de sus pares. Pero tampoco creo que eso le dé derecho a lucir el cómodo título de antihéroe, que ya está muy cansado en la modernidad, con tantos que se presentan como vencidos sin haberse siquiera presentado en la batalla.

En este mundo se puede ser muchas cosas, pero nunca un pesado, y todos estos lloricas que se regodean en la pureza de su fracaso son muy pesados. Siempre mirando por encima del hombro a los ingenieros que construyen puentes, a los camareros que cumplen con profesionalidad, o al escritor que vende los derechos de su novela a Hollywood.

Aquí sobrevuela mucho el tema del "desencanto", por la película de Jaime Chavarri (magnífica, claro), pero cuya lectura política se convirtió en un lugar común estúpido y pequeño burgués. Creo que fue Julián Marías el que hablaba de lo ridículo que era estar desencantado con la Transición ¡ya en 1976!, que es cuando se estrenó la película. ¿Desencanto de qué? ¡Si todavía no ha dado tiempo a desencantarse! Sucedían cosas admirables entonces, el país resurgía, pero estas "almas bellas" se lamentaban de que no hubiera habido una ruptura radical. ¿Ambicionaban acaso colocar a España en la órbita soviética? ¿Querían una tercera república contra la que se hubiera revuelto más de medio país?

Otra de las cosas que me repelen son las listas de autores reverenciados por Panero, que aquí se presentan como un prontuario de sofisticación. Por supuesto, postestructuralismo francés y mucho Lacan. Toda esa generación se creyó la hostia en vinagre porque leían a gabachos rimbombantes, impostores intelectuales todos que ya han sido reducidos al ridículo por estudios posteriores, pero que el intelectual español, tan pueblerino él, sigue idolatrando.

La anécdota que se cuenta en la página 222 de El contorno del abismo sobre Panero visitando a Félix Guattari en su casa es patética: el poeta subió con una bolsa de basura que había estado recogiendo antes y, tras pontificar sobre el "socio-análisis bio-energético y la anorexia manicomial", se la dejó detrás de unas cortinas de la habitación. Guattari quedó, según parece, maravillado. (Y este señor es uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo).

Seguramente no era el momento de releer El contorno del abismo, que es un libro muy bien escrito y que tiene algo de biografía definitiva, pero, desde luego, pasada la juventud, uno no está para leer sobre gente que en la vida real no soportaría. Agota tanto el biografiado, Panero, como lo tópico de su personaje: el hombre de letras nihilista que nada aporta y que no sabe hacer más que escupir reproches y lucir sus eczemas. Cada día queremos más a los escritores sin biografía.

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